viernes, 10 de julio de 2009

ALGO SOBRE MI MADRE 11

LA FANTASÍA

Un día de Navidad regresamos a casa después de la visita anual al circo, un grato ritual familiar que siempre tenía lugar el 25 de Diciembre. Eran las doce de la noche cuando el tranvía se paró en una plaza céntrica. Entre el cansancio y la desacostumbrada nocturnidad –yo apenas tenía seis años– me pareció pura magia que de pronto sonara música.
–Mami, ¿qué es?
–El guardián de la plaza que siempre toca la trompeta a las 12 de la noche.
–Quiero pasar por la plaza todas las noches a las 12.
Ni me contestaron… Mi hermana mayor y mis padres se miraron con las cejas levantadas, y el tranvía arrancó.
En casa, mi madre nos puso algo de comer, porque excitadas y nerviosas no habíamos cenado antes de ir al circo. Se sentó con nosotras a la mesa.
–Y ¿qué? ¿Cuál de las actuaciones les gustó más?
–Los acróbatas en el trapecio, –dijo mi hermana– cómo volaban entre las luces.
Yo no opinaba igual:
–Los caballos blancos… son tan bonitos… parecen unicornios.
De pensar que no volvería a verlos hasta las navidades siguientes, se me saltaron las lágrimas, y entre sollozos expliqué por qué estaba tan triste.
Más tarde, acostadas ya en nuestras camas marineras, soñé despierta con aquellos caballos de nieve y escarcha, formando figuras al trote, al galope, juntándose y parándose en seco. Mi hermana parecía dormir; pero cuando escuchamos música, las dos nos incorporamos, sorprendidas y hasta con un poco de susto.
Hubo ruidos en el pasillo; la música, un alegre vals, aumentó de volumen. Lentamente se abrió la puerta: marcando el paso con fuertes pisadas entró una figura vestida de blanco, una diadema brillante sobre la cabeza, bailando y girando como los caballos del circo. Hasta intentó relinchar aunque no le saliera muy bien. Detrás de ella, mi padre se partía de risa iluminando como pudo con una linterna de mano los largos calzones suyos y la camiseta de invierno que llevaba puestos mamá. Tres, cuatro veces pasó ese caballo fantástico por delante de nuestra cama; luego se paró y saludó, y aplaudimos. Entre besos y abrazos mamá nos prometió que nunca encontraríamos cerrada la puerta de la fantasía. No comprendí entonces lo que quiso decir, pero entretanto ya he tenido tiempo para entenderlo.