viernes, 10 de julio de 2009

ALGO SOBRE MI MADRE 07

Un vago recuerdo.

Ella era un pezón tibio, un pecho que yo agarraba, pellizcándolo, cerrando los ojos, mamando como un desesperado, a veces, hasta atragantarme.
Después un hipo, tras recibir tres golpecitos en la espalda, con la cabeza apoyada en su hombro; colina suave. Ella pasaba la palma de su mano por mi cabello; una pelusilla muy oscura y fina…ahora lo sé.

¡El zumbido de un mosquito! un susto entre el dormir que era mi vida, cuatro pucheros. Y luego, mis piernecitas levantadas y ese fregoteo con una esponja templada entre mis nalgas y mi sexo tiesito minúsculo, ridículo. No era raro que me meara de gusto; un chorrito y, ella, riéndose, me besaba los pies que le parecían juguetes, ahora lo sé.
Olía al espliego recolectado en el jardín.

Ella era unos ojos azules, yo me quedaba aturdido mirándolos porque los confundía con el cielo, y su sonrisa tenía labios carnosos con los que me besaba los mofletes ¡Qué daño en las encías! Me las frotaba con un bálsamo egipcio…ahora lo sé, mis ojos son azules.

Ahora sé que me cantaba para ahuyentar el estallido del trueno, la luz cegadora del rayo, a lo lejos; me aterrorizaban.

Después, súbitamente, vinieron otros pezones, amargos, extraños, metidos en mi boca con apremio, para, enseguida, dejarme en el cuna, extasiado por la figurita de marfil de Cuba, bailoteando al amor de la brisa. Yo agitaba el sonajero, hasta quedarme dormido, chupándome el pulgar, de angustia, de miedo, de dolor por los dientes que se empeñaban en salirme a trompicones.

Lo sé, ahora, la añoraba a ella, entonces no lo entendía.

Después fue verla en los cumpleaños, por deferencia de mi padre que fruncía el ceño cuando ella entraba en el jardín. Siempre era verano, nací bajo el símbolo cinco; Leo.
El olor a lavanda la precedía, yo la besaba y, tímido, miraba sus pezones bajo el lino, ¡cómo ansié volver a tenerlos en mi boca…aquella leche agridulce, néctar! Y aquellos hombros de seda, los acariciaba recostando mi morena cabeza, a los diez años, como antaño.
La perdí para siempre tres años después, en un invierno frío, hasta nevó.

“Que la tierra te sea leve, descansa, mamá”